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Obras publicadas de Raquel Sánchez García

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martes, 14 de abril de 2009

Una tarde en el Museo


Debía de escribir otro nuevo relato, sus lectores cada vez reclamaban más su escritura, estaban deseosos de leer algo nuevo cada semana y no era fácil mantener el ritmo y sus ansias de saber que pasaría con Alicia o si la historia continuaría o tomaría otro rumbo muy diferente al que ellos imaginaban.

Cada vez disponía de menos tiempo, pero aún así su ilusión por el proyecto que había comenzado hace cosa de un año aproximadamente, no disminuía. Las ideas se le agolpaban en la cabeza sólo faltaba ordenarlas y plasmarlas en folios. ¿Mantener la intriga? ¿Empezar algo nuevo?. Hasta hoy, el camino emprendido les gusta así que continuemos…. ¿Qué sendero seguimos?

*

Una tarde en el museo

La brisa mecía su pelo, hacía un buen día a pesar del frío de los días pasados, hoy sí parecía primavera, los rayos del sol empezaban a calentar y sentada en aquel banco, entre el sol y la sombra de los árboles del jardín, no se estaba nada mal.

Había pensado darle una sorpresa, lo llevaba planeando a lo largo de todo el día, sabía que tenía que ir al museo, pues en su empresa había ocurrido algo con una de las empleadas, y ninguno de los compañeros podía ir a ver a “ese” cliente, como lo llamaban ellos. La verdad era que a Isidro ya le empezaba a cansar que le tomaran por el chico de los recados, casi siempre era él quien salía a visitar a los clientes fuera de la oficina, y el que hacía las gestiones que los demás no querían. Desde fuera, podía pensarse que el resto de compañeros eran los señoritos a los que había que servir, y que su jefe no era capaz de mandar a otro porque no sabía imponerse, aunque la opinión de Laura era bien distinta. Ella pensaba que la razón por la cual Javier siempre le ordenaba trabajos a realizar en el exterior, era porque Isidro era el mejor técnico de la empresa, porque confiaba en él y porque los clientes lo preferían y no era que Laura pensara así porque estuviera cegada por el amor que le tenía a Isidro, sino porque simplemente los clientes así lo demostraban.

- ¡Que tranquilidad! – hablaba sola Laura –, ha sido una buena idea venir hasta aquí. Espero darme cuenta cuando salga, creo que no hay más salidas que esta.

Tenía un gran libro en la mano, al salir de casa pensó en no cogerlo, pues era bastante gordo y pesaba lo suyo, contaba con 1.000 páginas nada menos. Se lo había regalado Gonzalo en un cumpleaños y hasta ahora no había sido capaz de empezarlo, pero se había hecho el mero propósito de leer un poco cada día, e incluso Isidro se lo recomendaba. Estaba centrada en la lectura, rodeada de los árboles del jardín del Museo Arqueológico Nacional y de todos aquellos antiguos restos. Incluso allí fuera había una replica de las famosas Cuevas de Altamira, pero no podían ser visitadas pues estaban remodelando una zona del edificio y estaba todo patas arriba.

Era la primera vez que estaba allí, a pesar de ser de Madrid nunca había visitado aquel lugar. Por lo que Isidro le había contado, el edificio se dividía en dos o tres plantas, en las que estaban expuestos antiguos restos arqueológicos y tesoros encontrados en las excavaciones que se iban realizando, a veces también realizaban exposiciones de otras culturas anteriores o de diferentes regiones a la nuestra. Precisamente la empresa de Isidro había sido contratada para elaborar una especie de base de datos que recogiera todo lo que el museo tenía en su poder, para eso estaba él allí hoy.

Eran cerca de las 7 de la tarde, el museo cerraba a las 8, Isidro estaría a punto de salir, tenía ganas de verlo, abrazarlo y darle un beso, hacía poco que habían comenzado la relación pero parecía que se conocían de toda la vida, se amaban y eso nadie podía negarlo, ni ellos mismos sabían cuanto.

- Está bien, si tú no sales, iré yo a buscarte, ya es la hora y no puedo esperar más – se decía para sí Laura – pero, ¿y ese hombre de dónde sale?, no puede ser que haya atravesado la pared.

Cuando Laura se dispuso a levantarse, su vista se clavó en una persona que traspasaba uno de los muros del museo, parecía un hombre, al menos tenía un cuerpo corpulento y no tenía aspecto de mujer al no ser que fuera disfrazado; llevaba unos rollos en la mano, parecían antiguos papiros, ¿un ingeniero de las obras quizás?...

- Pero, ¿y usted señorita que hace aquí? – oyó Laura una voz – ¡Qué grata visita!, amor.
- ¿Has visto a ese hombre? – preguntó ella.
- ¿Cuál hombre, cariño?, aquí no hay nadie más que tú y yo. ¿Así es como se saluda a un novio?, ¿preguntándole por otro hombre?, ¿me tengo que poner celoso que pones esos ojos en otro? – dijo Isidro en modo irónico.
- ¡Ay, no digas tonterías, cariño!, había un hombre allí, ha salido por la pared y...
- Además de ansiedad ahora ¿tienes alucinaciones?, ¿cómo va a salir un hombre de la pared? Habrá salido por la puerta del museo y no te has fijado, anda olvídate de él y ven aquí, ¡dame un beso de una vez!

Ambos se fundieron en un cálido y largo beso pero, a pesar de ello, Laura no se quedó tranquila, algo raro había pasado allí, pero ¿cómo descubrirlo?...

Autora: Raquel Sánchez García

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