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Blog oficial de la escritora Raquel Sánchez García
"Escribir es mi vida y mientras exista una persona a la que mis letras le entretengan, pondré todo mi empeño en intentar convertirme, a través del papel, en un complemento de su felicidad" (Raquel Sánchez García)

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Obras publicadas de Raquel Sánchez García

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miércoles, 6 de mayo de 2009

Presunto Culpable

– ¿Cuántas veces tengo que repetírselo? – decía Sergio.
– Hasta que me quede bien clarito. ¿Dónde estuvo la noche anterior? Y, ¿por qué atacó a aquella mujer? – chillaba el inspector López.

Una y otra vez Gonzalo López, el inspector de la comisaría de policía del distrito de Salamanca, situada muy próxima a la Biblioteca Nacional, preguntaba a Sergio para ver si cometía algún error en su versión. Más tarde, debería acudir al hospital, donde se encontraba Alicia, para tomarla declaración, pues hacía pocas horas que les habían avisado que ya había despertado y, anteriormente no pudieron interrogarla. Sergio estaba culpando a Alicia de lo ocurrido.
– Esa noche estuve en Huertas, en un pub, no sé cómo puñetas se llamaba, no me acuerdo. Tomé unas copas, creo que había un chico en el escenario cantando una canción y un grupito de amigos vitoreándole. Me fui enseguida, ja ja ja ja, bueno, no tan pronto... Cuando conseguí a aquella rubia, ¡que buen par de melones tenía!... Mmmm... ¡Menuda hembra!
– Ahórrese esos detalles, seguramente, a esa señorita no le gustarían esos... adjetivos. Pero puede darme su dirección y su nombre para corroborar su historia – replicó Gonzalo.
– ¡Niño pijo!, conmigo sí que aprenderías lo que es una mujer.
– Continúa, o verás lo que puede hacerte este niño pijo.
– Ya voy, ya voy, ¡qué genio!... No sé su nombre, ni donde vive, quizás en mí hotel la conozcan de haber ido más veces allí, yo era la primera vez que la veía y, cuando desperté, ya se había ido. Por la mañana fui al Ministerio de Agricultura y Pesca a renovar mi licencia, lo intenté hacer en Valencia pero, los muy capullos, me dijeron que tenía que venir a la capital, que el sello de allí no valía ¡asquerosa burocracia! Mira donde me tienen sin haber hecho nada.
– ¿Sin haber hecho nada? Claro, por eso tengo a más de 50 testigos que te vieron pegar a Alicia sin motivos, por eso tengo un parte de lesiones del hospital, por eso tienes miles de denuncias en Valencia, que te has saltado a la torera y, por eso estás aquí encerrado desde hace 5 días, porque no has hecho nada. No me hagas reír y canta, ya me estas cansando, cada vez me das una versión, que si habías bebido, que no sabias lo que hacías, que fue ella quien te atacó... Dime, ¿cuál es la verdadera? Me temo que esta vez no te salvan tus amiguitos, vas a pasar una larga temporada bajo sombra – chillaba enfurecido Gonzalo.
– ¡Qué tío más pelma! Es una cualquiera, seguro que vino aquí a encontrarse con alguno de sus amantes. En Valencia, no había hombre que no se le acercará, estoy cansado de que me toree. Se merecía lo que la di, y mucho más, esta vez debería de haberla matado. Salía del Palacio de Deportes, el lunes, después de haber ido al ministerio, tenía que jugar un partido de baloncesto benéfico allí y, al ir caminando hacia mi coche, me la encontré. ¡Qué guapa estaba! La quise llevar conmigo, pero se opuso, se me fue la cabeza y la pegué. ¡Tiene que creerme!, no quería hacerlo, ¿está bien? – decía sollozando Sergio.
– Como esté o no esté, a ti no te importa, ahora, por fin, veo que me has dicho la verdad, vete pensando que no vas a salir de aquí en unos cuantos añitos, es mejor que te busques un buen abogado, lo necesitas. ¡Lleváoslo! – ordenó Gonzalo –, no sé como os pueden llamar “presuntos culpables” cuando los hechos son tan claros. Clara, dile al comisario que voy a interrogar a la señorita García, volveré en cuanto termine.


Gonzalo salió hacia el hospital; de camino, iba pensando como era posible que un hombre pudiera llegar a maltratar a una mujer. No sabía cómo se encontraría a la joven, el doctor no les dejó entrar, cuando lo intentaron, el día de los hechos. Al llegar, entró en la habitación sin llamar, vio a la chica de espaldas, semidesnuda, siendo atendida por una enfermera que estaba curando las heridas de su maltrecho cuerpo.

– Vaya, lo siento, debí llamar antes de entrar, creí que estaría usted descansando. ¡Dios Santo, pero que salvajada! Esperaré fuera, le pido disculpas.

Alicia intentó volverse al oír la voz y taparse, pero su cuerpo, lastimado, no la permitía realizar movimientos normales, aún la quedaba mucho tiempo para su recuperación física y psicológica, eran demasiados años acumulados de castigo, uno detrás de otro. La enfermera, al ver entrar al hombre, intentó taparla como pudo y, le echó de la habitación hasta que terminará, una vez fuera, le dejó entrar al enseñarle la placa e identificarse.

– Siento lo de antes, ha sido una falta de educación por mi parte. ¿Cómo se encuentra? – preguntó Gonzalo.
– Asustada, tengo pánico de volver a encontrármelo, la próxima vez no me dejará viva. No sé adonde ir para que me deje en paz y poder salir tranquila a la calle.
– No se preocupe, dudo que vuelva a intentarlo, al menos por una temporada, estará encerrado por un tiempo. En cuanto el Juez lo indique, le trasladarán a prisión, mientras tanto, podría pensar en irse a un lugar más seguro. Si no le importa, me gustaría que me contara como ocurrió todo – sugirió Gonzalo mientras sacaba su libreta de notas.
– Salía de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, de recoger unos documentos para la empresa, me habló alguien y reconocí su voz enseguida, cuando se llevan 10 años como pareja, es difícil no reconocerlo. Los últimos 3 años han sido un calvario, ha cambiado, está centrado en su trabajo, tiene mujeres en cualquier sitio que va, y a mi no me deja moverme a ningún sitio, cree que voy a hacer lo mismo que él, engañarle. Intentó obligarme a ir con él, y como me negué, empezó a pegarme, no recuerdo más, sólo que luego me desperté en la habitación del hospital y estuve hablando con Raúl – explicó Alicia.
– ¿Raúl? ¿Quién es Raúl? – preguntó Gonzalo curioso.
– Mi compañero de piso, la persona que me acogió cuando llegue a Madrid. Seguramente le habrá visto por aquí estos días, supongo. Es un chico rubio, con ojos verdes, 1,80 de estatura más o menos, complexión fuerte, somos compañeros de trabajo también.
– Je je, veo que es usted detallista, me ha descrito con todo detalle a esta persona en cuestión. ¿Alguien más conocía a Sergio, aparte de usted? – preguntó Gonzalo haciendo averiguaciones.
– No, de aquí nadie, salvo mis padres, que le conocen de Valencia, no sé si estarán aquí, tengo ganas de verlos. Como cambiamos, no quiero volver a verle, por favor prométame que esta vez harán algo – pedía Alicia llorando.
– Tranquila, haremos todo lo posible, esta vez se ha pasado de la raya, ha hecho algo más que incumplir un alejamiento o unas simples amenazas. Me gustaría interrogar a sus amigos y a sus padres, voy a ir a la sala de espera a preguntarles. Espero que se recupere pronto señorita, estaremos en contacto por si necesito más detalles y le iré informando del desarrollo de los acontecimientos, seguramente tenga que declarar en el juicio. Buenos días – se despidió Gonzalo.

Gonzalo se marchó pensativo, seguía sin entender cómo algunas personas tenían el valor de maltratar a otras, con lo fácil que resulta hablar antes de llegar a tales extremos. En sus manos sólo estaba el detener a aquellos que eran denunciados, pero cuántas muertes había en el mundo por miedo ante las posibles consecuencias de sacarlo a luz y de sufrir la mofa de los demás en el caso de ser hombre o el miedo a quedarse solos y desvalidos y empezar desde cero, miles.

– No hay que dejarse vejar, hay que hacer frente a esta situación – así llegó a la sala de espera donde interrogó a los presentes.


Autora: Raquel Sánchez García

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