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Obras publicadas de Raquel Sánchez García

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miércoles, 14 de mayo de 2008

Ciclos


"De verdad que lo siento, pero llegó el momento de matarte"

Estas fueron las últimas palabras que escuché, fundidas entre el incesante siseo del mag-lev y el estruendo del claxon de los aerocoches que se colaban a través de la abertura de mi ventanal de acristalamiento diamantino. Las luces de la sonda publicitaria del Casino Orbital iluminaban mi sala de estar en el momento en que mi asesino apretó el gatillo, e inhalé mis últimas bocanadas de aire mientras me llevaba las manos al pecho en un vano intento de tapar la herida. En mi reloj, las 2311 Hora Universal de la Tierra.

Ahora, cuando la vida se me escapa entre las manos y cae al suelo de mármol blanco de mi ático en la avenida John Quincy Adams de Nueva Washington, recuerdo. Visiones de la Ultima Guerra en la holovisión cuando tenía seis años, aquel verano en el campamento de refugiados terráqueos donde conocí a Sandy, la flor de mi alma... Nuestro crucero de luna de miel por las lunas de Saturno, el nacimiento del pequeño Paul... Grandes momentos que ya no tendrán la más mínima relevancia.

Mis rodillas tocan el suelo y mi espalda se dobla por el dolor, haciendo que la sangre se derrame cada vez más.

Imaginaba que nunca llegaría a viejo. Cuando eres cronoinvestigador, te haces demasiados enemigos en todas las líneas temporales como para que te dejen en paz, sobre todo desde que la Vortex Inc. popularizó la fabricación de unidades temporales. Es muy sencillo que, si logras al fin que a alguien le metan en la criocámara, pueda venir cualquier familiar suyo a rendirte cuentas. Y 2083 años desde el nacimiento de Cristo dan para un linaje muy extenso. Nunca imaginé que aquel que acabara con mi vida sería la ominosa figura que ahora se desvanece ante mí. 

Espero que los chicos de la poli temporal lleguen a tiempo de salvarme, pero ya no creo que sea posible.

Aunque quien sabe.

Hace demasiado tiempo que me fui de esta ciudad, y me siento un completo extraño en ella. No doy crédito al hecho de que nací aquí, en un hermoso barrio residencial que fue demolido para dejar paso al mag-lev cuando yo tenía once años.

Ahora las calles de Nueva Washington suenan terriblemente falsas, una maqueta a gran escala hecha a medida para el supuesto "hombre postfuturista", que gustan de decir los sociólogos. Durante mi vida he estado en muchísimos lugares y en demasiadas épocas como para recordarlo, pero nunca había visto algo tan impersonal y carente de alma como esta ciudad. Ahora entiendo porque me fui.

Andando, tratando de evitar cualquiera de esos inhumanos métodos de transporte público, termino llegando a mi antiguo piso. No hay prisa, tengo todo el tiempo que necesite. Como imaginé, el 15 de John Quincy Adams reconoce mi secuencia de ADN como propia, y me franquea la entrada.

Subo hasta el ático en un viejo ascensor hidráulico de paredes transparentes, y me distraigo comprobando que mi primitiva pistola está cargada a la luz de los anuncios publicitarios del Casino Orbital. Maldigo en un instante al inventor de las sondas publicitarias. La invasión a nuestra vida privada ya es flagrante, decididamente mi mente ya no es compatible con el bullicio del planeta Tierra.

La puerta de caoba de mi ático me reconoce y me permite pasar, aunque la rudimentaria inteligencia artificial que controla la casa se colapsa, causa que todos los sistemas se apaguen cautelarmente y activa una alarma silenciosa, incapaz de procesar el dato de dos presencias con un ADN idéntico en la casa. Mi tiempo disponible se ve considerablemente reducido.

Por fin llego hasta mi objetivo, adormilado en su butacón de cuero de antílope clónico. Siento la tentación de acabar con esto rápido, no sé si seré capaz de hacerlo con él despierto... Pero se merece una explicación.

- Le doy una ligera patada en sus babuchas, y se despierta con un sobresalto. Me mira fijamente, analizándome.
- ¿Qué edad tienes?
- Cuarenta y tres.
- Bueno... Pareces bastante joven, me alegro de saber cual va a ser mi aspecto.
- No creo que llegues hasta mi edad.

Se queda completamente blanco al oír estas palabras. Me estudia aun más cuidadosamente que antes, y se da cuenta de que no miento.

- ¿Por qué? - logra preguntar con voz queda, mientras se incorpora para tenerme cara a cara.
- El mes que viene volverás a tu querida villa en la Toscana, y verás a Sandy con otro hombre, un morenito llamado Andrea. Estarás muy nervioso, demasiado stress, y en un arrebato los matarás a ambos. A partir de ahí caerás en el abismo, te echarán del trabajo, te retirarán tu unidad temporal, terminarás huyendo de la Tierra y embarcándote en un aerotransporte regular hasta Centauri. No volverás a ser el mismo, y la agresividad te terminará dominando; solo a través de las drogas lograrás controlarte temporalmente. Estarás al borde del suicidio muchísimas veces, pero antes de hacerlo decides dar un sentido a tu vida, robar una de las nuevas unidades Timecrash y eliminarte antes de que tires tu vida por la ventana.

Mi yo del pasado se queda completamente paralizado, mirándome como quien mira a una madre que acaba de ahogar a sus hijos en la bañera.

- ¿No has pensado en las consecuencias?
- Sabes que Paradojas Temporales nunca fue mi asignatura favorita. De todos modos, ya no me importa. El efecto del sedante pasará pronto y terminaré el trabajo, que más da si cuerdo o loco.

Me quedo dubitativo por un momento, y me doy cuenta de que me estoy controlando más que nunca. 

Puede que no tenga que ser así. Puede que haya una salida.

- A no ser... que estés dispuesto a no hacer lo que vas a hacer... No me importará dejar de existir porque has elegido otro camino.

Me miro con cara resolutiva. No recordaba que pudiera llegar a ser tan frío.

- No. Ya se que Sandy me es infiel, y no podría soportar una vida sin ella. Me comprendo, y me perdono.

Siempre he sido muy imbecil, pero eso ha hecho de mí una persona de la que sentirse orgullosa.

- Pues si ha de ser así... De verdad que lo siento, pero llegó el momento de matarte.

Autor: Marcelino Andrade

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