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jueves, 4 de junio de 2009

La Taquillera


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LA TAQUILLERA


Como cada día, Sara se dirigía a su puesto de trabajo como taquillera en el Museo del Ferrocarril.
Aún recordaba el primer día que empezó allí con cariño. Fue gracias a una publicación que había leído en el periódico, buscaban a alguien con carácter afable, risueño y capaz de interpretar personajes, si la ocasión lo requería. Su anterior trabajo como actriz le facilitaba el camino.

Las pruebas de la entrevista para el puesto habían sido un tanto duras, pues se habían presentado personas con muchas dotes y un gran nivel. Consistían en varios días de pruebas, haciendo diferentes representaciones de personajes de la época antigua que subían en aquellos trenes allí expuestos. A ella no le había tocado algo fácil, tenía que representar a una de las damas que acompañaba al Rey Alfonso XII, allá por el año 1880 en el día de la inauguración de la estación.

Aquel vestido largo hasta los pies que ocultaba el miriñaque debajo, los anchos brocados de las mangas, la peluca de un pelo rubio cegador y los zapatos de tacón no hacían sencilla su entrada en los vagones de madera y el desplazamiento por ellos. Pero las risas que provocaba en los niños y los padres que habían acudido a ver la actuación la concedieron el honor de ser la elegida.

El encargado del Museo hizo que se recorriera el lugar de arriba abajo, para que conociera todos los entresijos del mismo. Su puesto, mientras no se celebraran eventos de la misma tesitura que los castings, estaría en la taquilla de la entrada, zona que aún se conservaba intacta desde el cierre de los servicios prestados por este edificio. Aún conservaban la maquina de emisión y picar los billetes de los viajeros, cosa que llamaba la atención de los niños cuando Sara la hacía funcionar.

Ese día tocaba función, como una cosa excepcional. Había años que, días expresamente elegidos, partía desde la Antigua Estación de Delicias el conocido Tren de la Fresa; que incluía en su recorrido la visita al Palacio de Aranjuez, el Museo de Falúas y el reparto de exquisitos manjares, típicos de la ciudad que se iba a recorrer, servidos por hermosas azafatas vestidas de época. Eso era lo que iba a representar en esta ocasión Sara.

No tardó mucho en ponerse la vestimenta adecuada a la ocasión y estar actuando con sus compañeros en el tren. Empezaba un nuevo recorrido, nuevas pericias que vivir, otro viaje más a la ilusión mientras Cecilia, la empleada con más edad, la sustituía repartiendo simpatía por doquier.

Autora: Raquel Sánchez García

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