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Obras publicadas de Raquel Sánchez García

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jueves, 19 de febrero de 2009

Relevo Generacional

Llegó a Barajas desde el aeropuerto de Heathrow sobre las 13:20 hora española.

Le dio mucha rabia llegar tan tarde, al fin y al cabo no le quedaba demasiado tiempo. Mañana a las 10:00 tenía que coger otro vuelo hacia Sevilla, y eso le dejaba solo unas horas para volver a reencontrarse con la ciudad que le había acogido hacía tanto tiempo. Y a su edad, su ritmo no era el de antaño.

Poco podría entonces visitar de Madrid, la ciudad que fue su hogar durante tantos años. Mientras tomaba el largo pasillo de trasbordo entre las líneas 8 y 6 en Nuevos Ministerios, se dio cuenta de que todo había cambiado, y que la poca tranquilidad que hacía apenas quince o dieciséis años se apreciaba ya había desaparecido casi por completo. Bueno, no es que se diferenciara mucho del Londres actual, pero después de tirarse en Southampton todo este tiempo el ajetreo le era ya algo casi desconocido.

Le venían muy bien estas vacaciones; aunque estaba muy a gusto como preparador físico en el equipo inglés de baloncesto Solent Stars, deseaba perder un poco de vista cosas como el clima y la comida. Por fin, al subir las escaleras de la estación de Goya, llegó al que era su primer destino: el Palacio de los Deportes.

Llevaba mucho tiempo sin saber de él y, aunque había escuchado que el Palacio que él había conocido se incineró allá por el año 2000 o 2001, no estaba muy seguro, suponía que se habían limitado a reconstruir el original, pero nada más lejos de la realidad. Este nuevo edificio era enorme, o bien él había menguado o le parecía realmente gigantesco, como un gran trasatlántico atracado al final de la Plaza de Felipe II. Siendo un Lunes a mediodía no creía poder entrar, pero aun así se acercó a observar el edificio desde abajo. Efectivamente era increíblemente grande, sobre todo visto desde abajo.

Estando cerca de la puerta vio como venían unos chicos vestidos con chándal de color naranja y azul, y con bolsas de deporte. Se acercaron hasta donde él estaba y uno de ellos le preguntó:

- Disculpe, ¿es usted el vigilante de esto?
- ¿Eh? No, que va. Yo solía ejercer mi oficio por aquí, pero no pertenezco al personal de aquí.
- ¿Qué trabajaba aquí? ¿Y de qué?
- En su momento fui uno de los masajistas de la Selección Española durante las finales del Campeonato Mundial de Baloncesto que acogió España allá por el 86. Estuvimos en Zaragoza y Barcelona, y luego luchamos por la 5ª plaza aquí en Madrid.

Los deportistas le miraron asombrados.

- Uf, tuvo que ser algo realmente increíble. - Le dijo el primer chico que habló con él. - Seguro que este lugar le trae muy buenos recuerdos.
- Bueno, está claro que este ya no es el edificio que conocía, pero desde luego el espíritu sigue ahí.
- Ya lo creo... Bueno, ¿le apetece verlo por dentro?
- Si, claro, pero... ¿como voy a pasar?
- Pues mire, venimos aquí desde Valencia a formar parte de un torneo benéfico, y hemos venido sin masajista, así que siempre podemos decir una pequeña mentirijilla, ¿no?

Lo cierto es que el chico era muy amable. Guapo, bastante alto y de brazos fuertes, supuso que sería uno de los aleros de su equipo.

- Pues no se hable más, vamos a intentar que nos dejen pasar.

Esperaron un rato hasta que la seguridad del Palacio les permitió la entrada, aunque el control tampoco fue especialmente riguroso, y pudieron entrar todos sin más problemas. Una vez dentro, aquello le pareció de nuevo mucho más espectacular de lo que lo recordaba. Parecía como si hubieran inflado desde dentro el antiguo Palacio, y todo fuera parecido pero más grande, le dio la impresión de ver un estadio de los de la NBA.

- Increíble, ¿verdad?
- Y tanto... Vamos, tú supongo que no lo conocerías de antes, pero ha pegado un cambio tremendo.
- Estuve cuando era chaval, en un concierto de Enrique Iglesias poco antes de que se quemara todo... Y bueno, las retransmisiones deportivas por la tele, claro.
- Si, es normal... Oye, ¿te pasa algo? Tienes como un tic en el ojo...
- N... no es nada, son los nervios.
- ¿Por el torneo?
- No, tranquilo... Hace poco me abandonó la novia, y no sé donde puede estar, pero ya voy superándolo...
- Nunca te traumatices por eso, hombre... No merece la pena, te lo digo yo... A propósito, me llamo Darío, ¿y tú?
- Yo me llamo Sergio... En fin, mucho gusto, y gracias por preocuparte por mí.
- Gracias a ti por permitirme entrar.

Y ambos se dieron la mano cordialmente, y mientras que Darío seguía admirando la nueva obra, Sergio y su equipo bajaban a los vestuarios; dentro de poco llegarían los demás y querían estar preparados. Y a Sergio le costaba cada vez más controlar sus nervios, demasiada presión desde todos los ángulos...

Autor: Marcelino Andrade

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